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Pasifae y El Zubi

lunes, 25 de enero de 2010

SOBRE LAS GENIALIDADES, LA “ABULIA” Y LA AFICIÓN A DORMIR DE RAFAEL EL GALLO


Por El Zubi
Rafael Gómez Ortega “El Gallo” puede que haya sido el torero que más arte ha tenido en la historia de la Tauromaquia, además de poseer una de las personalidades más peculiares y simpáticas que haya habido en este mundo del toro. Hay anécdotas de su vida suficientes como para escribir un libro más que un reportaje de pocas páginas. Sin embargo me quiero circunscribir aquí a algunos rasgos de su personalidad y algunas anécdotas que le hicieron ser tan especial, rasgos como la “abulia” y su gran afición a dormir y a estar encamado. Se puede decir sin temor a equivocarse que el “Divino” Calvo era un auténtico “camastrón”.
Paradigma de la torería sevillana, ha pasado a la historia de la Tauromaquia como el torero más representativo de esta escuela andaluza a pesar de haber nacido en Madrid, cuna a la que nunca renunció a pesar de su sevillanismo. Nació en la capital de España un 18 de julio de 1882, en la calle Greda (hoy de Los Madrazo) número 3 y 5, en una de esas largas temporadas que Fernando Gómez El Gallo, su padre, pasaba con doña Gabriela Ortega en Madrid cuando iba a torear desde el mes de mayo hasta finales de septiembre. Más tarde sus padres se instalaron en Gelves (Sevilla), cuando Rafael tenía sólo cinco meses, y allí ya nacieron todos sus hermanos. Sin embargo había la leyenda de que Rafael Gómez había nacido en Pozuelo de Alarcón (Madrid), incluso durante años se enseñaba a los visitantes de esa población una casa donde, al parecer, se hospedaron alguna vez sus padres y de la que se decía que fue la cuna de su nacimiento. En cierta ocasión Rafael El Gallo pasó por Pozuelo y le dijeron que había nacido allí. El “Divino Calvo” dijo: “La verdá é que no m’acuerdo de ná. Pero ¡qué honó perdiste, Posuelo de mi arma! ¡ná meno que ser la patria chica der Gallo”.
Rafael Gómez “El Gallo” fue una leyenda en Madrid. Hombre de una personalidad extraordinaria, tanto que hasta el mismísimo José Ortega y Gasset lo quiso conocer, para lo cual le pidió a José María de Cossío que lo llevara a su tertulia del café “Lyon D’Or” en Madrid. Eso hizo Cossío unos días más tarde, de tal forma que el famoso intelectual tuvo la oportunidad de charlar durante un par de horas con el “Divino Calvo”. El torero que estaba ya cansado de la reunión y de tanta conversación, invitó a Cossío a dar un paseo y a que lo acompañara a comprarse unos puros. Tras despedirse ambos de Ortega y Gasset se fueron a por los puros. Después de encenderse el habano en la calle, El Gallo le dice muy fijo a Cossío: “Oye José María, este señó tan amable que ha tomao café con nosotro ¿quién es?”. Y Cossío sorprendido le responde: ”Hombre Rafael, tú siempre tan despistado; es Ortega y Gasset”. A lo que El Gallo replicó: “Eso lo sé, pero qué ofisio tiene?”. Cossío le habla sobre el prestigio intelectual de Ortega: “Este hombre es el filósofo más grande que hay en España”. Rafael El Gallo, se para en la calle, mira muy fijo a Cossío y abriendo mucho los ojos le espeta: ¡Que barbariá, José María! ¡hay gente pa toó!.
Rafael El Gallo además de crear suertes, pases y adornos nuevos para el toreo (revoleras, serpentinas, banderillas al trapecio, cambio de muleta de mano por detrás de la espalda, el pase por alto llamado como “el celeste imperio”, las largas cambiadas, molinete con la mano izquierda o el afarolado “kikirikí”...), le cupo la gloria de inventar la famosa “espantá”, que algunos años después practicarán también unos pocos toreros. Según decían los críticos contemporáneos al torero, las “espantás” de El Gallo no eran manifestaciones de pánico o miedo, sino “un poema de gracia, un gesto de sinceridad nacido dentro del alma del torero”... algo inimitable y que sólo a él le toleraron los públicos. La primera “espantá” la dio en Sevilla, siendo aún novillero, con ganado de Concha y Sierra. Aquel día todo iba bien en la lidia e incluso El Gallo le brindó la muerte del novillo al capitán general de la región andaluza. Después de tantear al bicho durante unos minutos con la muleta dijo que no lo mataba. El escándalo que se formó en pocos minutos en la Maestranza fue enorme. Los Guardias de Seguridad lo detuvieron por orden de la presidencia y se lo llevaron a la carrera a los calabozos de la Comisaría. Ni siquiera la intervención del capitán general Luque, que fue el primer ofendido, libró a Rafael Gómez de pasar la noche en la cárcel. Él lo decía muy claro: “Cuando a un toro no se le pué hasé ná, lo mehó é dehálo”. Repetía una y otra vez que eran los propios toros los que le avisaban. Los animales que le decían: “¡que te voy a cogé!, ¡que te voy a pillá! y cuando a él se le antojaba que el astado le estaba avisando, se quitaba del medio sin dudarlo un momento. Creía que a los toros podía cambiarle el humor en cualquier momento.
Sin embargo, como un artista genial que fue, tenía la facultad de cambiar en pocos minutos los ánimos de los públicos con su inmenso arte. Una vez en Barcelona, toreando con Manolo Belmonte (un hermano de Juan), Rafael después de escuchar los tres avisos en su primer toro se refugió del escándalo del público en la enfermería de la plaza. Decía que “las broncas se las lleva er tiempo, las cornás se las quéa er torero”. Parapetado en la enfermería dijo a su cuadrilla que no salía a torear más y que nadie lo molestara. Cuando saltó a la arena el segundo toro de su lote arreció la bronca a niveles preocupantes de orden público, tanto que Manolo Belmonte entró a la enfermería en un intento de convencerlo para que saliese a torear. Se encontró a El Gallo echado en la camilla del quirófano, destocado y en mangas de camisa, y saboreando un gran puro habano con si tal cosa. Belmonte con mucho respeto y en tono conciliador le dijo:
- ¿Qué pasa maestro?... no va a haber más remedio que salir. La gente se ha puesto flamenca... A mí no me han dejao siquiera ni acercarme a su toro. Vamos... que la cosa está fatá… maestro.
- ¿Y tú que dises, compadre? --le respondió Rafael--.
- Que debe usté comparesé, maestro.
- Bueno hombre, pué no s’able má. Lo haré por complaserte.
Y dejando el puro que se estaba fumando en el borde de una mesa próxima, se puso la chaquetilla, se caló la montera y salió al ruedo cuando estaba ya mediado el tercio de varas. Rafael le quitó el capote a un subalterno y echándoselo a la espalda se dispuso a hacer un “quite del perdón”. Dio una larga tan garbosa y con tanto arte que barrió en segundos de los tendidos el malhumor acumulado. Después con la muleta realizó una faena completísima en variedad y arte, y mató recibiendo al astado de forma tan contundente que se desató el delirio en la plaza. Pero el “Divino Calvo” en vez de quedarse en el ruedo a recoger los laureles del triunfo, sin mirar a nadie se volvió por sus pasos de nuevo a la enfermería. Allí se quitó la chaquetilla, dejó la montera en una silla, rescató su habano de donde lo había dejado, lo encendió y comenzó a fumárselo tendido de nuevo en la camilla del quirófano, tan tranquilo.
Y es que Rafael El Gallo, tenía una afición desmedida a dormir y a estar tendido. Le importaba poco el ganado que tuviera que torear (miuras, pablorromeros, santacolomas...). Antes de cada corrida dormía como un bendito sin preocupación ninguna. Mandaba que lo despertaran una hora antes de estar en plaza. Y es que Rafael era la abulia personificada.
Un año acudió a la feria de Bilbao y se hospedó en el Hotel Inglaterra, donde se encamó nada más llegar, actividad única que realizaba en las fechas libres que le dejaban las dos corridas que tenía contratadas. Le pidió a su mozo de espada que le comprara “a onde Barandiarán junto al puente” (en una ferretería próxima), un irrigador con su goma y cánula a punto. La sorpresa del mozo de estoques no tuvo límites cuando escuchó de su matador la orden de que llenara el limpísimo recipiente con vino fino de Jerez para colgarlo encima de la cama. El Gallo se pasó los días de asueto chupa que te chupa del irrigador, abriendo y cerrando a discreción la espita con gran pericia. De tal forma descubrió el arte de beber vino sin molestarse lo más mínimo, sin incorporarse siquiera en el lecho. Encontró la fórmula ideal del reposo absoluto sin dejar de libar.
Cuando estalló la guerra civil Rafael Gómez El Gallo se encontraba en Madrid y anduvo por la ciudad cerca de mes y medio sin darse cuenta del conflicto que acababa de estallar en su país. Su sobrino José Ignacio Sánchez Mejías contaba años después de la muerte de El Gallo, que su tío Rafael se enteró de la guerra de España seis semanas después de que esta comenzase. El 18 de julio le sorprendió en la pensión de la Carrera de San Jerónimo donde siempre se hospedaba, regentada por Serrano su mozo de estoques, que conociéndolo no le dijo nada de la guerra y le comentó al principio que había en Madrid una huelga con manifestaciones obreras, que incluso había tiros por las calles, razón por la cual El Gallo decidió meterse en la cama de donde tan sólo se levantó algún tiempo después en vista de que persistía el paro revolucionario. Su falta de voluntad no tenía medida, y así, a la espera de que se arreglaran los conflictos, aguantó recogido y acostado en su modesta casa de huéspedes los últimos calores del verano. El 30 de agosto los miembros de su cuadrilla fueron a por él a la pensión para que actuara en Las Ventas en un Festival Benéfico para las Milicias de la República. Al bajar a la calle y pisar la acera le dijo a uno de sus banderilleros: “Oye niño, ¿qu’es lo que pasa hoy aquí que hay tanto sordao en la calle?”.
No se había enterado de nada de lo que estaba ocurriendo en España. En Madrid pasó el trienio del conflicto lejos de Sevilla y de su familia (sus hermanas y sus sobrinos), por suerte nadie se metió con él porque era respetado y querido en ambos bandos. Toreó tres veces en estos tres años dentro de la zona republicana, y a la postre serían sus últimas actuaciones vestido de luces. Durante su largo cautiverio en la capital vivió condenado a la soledad, paliada sólo en ocasiones por la amistad de los “Caracoles” (padre e hijo). En abril de 1939 pudo regresar a Sevilla, donde tras ser recibido con los brazos abiertos, pudo rehacer su vida.
Pasó el resto de sus días durmiendo y tomando café en la tertulia de Los Corales en la calle Sierpes, junto a su amigo Juan Belmonte, donde se reunía con otros amigos y tertulianos a recordar viejos tiempos.
En cierta ocasión en esa reunión de la calle Sierpes, Rafael El Gallo, expuso su visión exagerada y andaluza de América: “América la conozco mú bien. De pitón a rabo. Lo que más me gustó fue Nueva Yó, aunque el café aquí en Sevilla está mejó c’allí. Nueva Yó es como un serebro. Allí hay de tó. Una locura desatá. Trene por lo sielo, por el suelo y por debajo der suelo. Y rascasielo que dejan chica la Girarda. Hay ademá allí un barrio que es como la Macarena de Sevilla. Lo que pasa é c’aquello está to lleno de negro y de chinos. Argo mú extraño”. Allí en Nueva Yó me llevaron una vez a casa der murtimillonario ese que se llama Vanderbit. Y vino un criao y me trajo una bandeja de oro y brillante, llena de puros...: ‘Bueno... son, miste’ le dije yo. Y él entonse me dijo: ‘Si te quéas aquí te daré mucho má’. Y yo le dije que nones, porque no me gusta er café de Nueva Yó”.

1 comentario:

  1. Como puede adivinarse, Rafael El Gallo, era genial.
    Yo lo conocí de niño ya en sus últimos años.
    Un saludo

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