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Pasifae y El Zubi

viernes, 15 de enero de 2010

LOS TOROS Y LA POLITICA SIEMPRE FUERON DE LA MANO: “TOREROS QUE CAMBIARON LOS RUEDOS POR LA POLITICA”



Por El Zubi
Desde que a mediados del siglo XVIII se impusiera el toreo a pie por parte de toreros pertenecientes a las clases más populares en detrimento de la aristocracia que lanceaba a los toros a caballo, el torero ha gozado de la fama y de la admiración de la sociedad española, incluso de los mimos y agasajos de la aristocracia más rancia, y como no, también gozaron de las simpatías y de la amistad de los Reyes españoles (basta con leerse la biografía de “Paquiro” para comprobar este dato). Pero es que además de eso los toreros tenían sus simpatías y sentimientos políticos, y en ese siglo XIX español, apasionante y lleno de convulsiones y luchas políticas, los toreros tuvieron un gran protagonismo en la vida política y social, con partidarios políticos dentro (los días de corridas) y fuera de las plazas, al optar cada torero por alguna opción política o ideológica.
De todos es conocida la gran amistad que unía al Califa de Córdoba Rafael Guerra con el Rey Alfonso XIII, con quien compartía no sólo cacerías y actos sociales, sino a veces hasta el veraneo en Santander. Se cuenta que en cierta ocasión el marqués del Mérito invitó a Rafael Guerra a una cacería en una finca suya que estaba cerca de Andújar, cacería en la que también participaba el rey Alfonso XIII. El torero cordobés llegó a la misma un poco tarde, cuando todos los participantes en la cacería estaban en la plazuela del cortijo a punto de salir de caza. Rafael Guerra bajó de un lujoso automóvil conducido por su chofer, envuelto en una capa cuyos forros eran de suave seda color morado. El Rey sentía tanto aprecio por el torero que al verlo llegar le dijo sonriente: “Rafael, que le comentaba yo al marqués, que con esa capa que lleva parece usted un Obispo”. Rafael Guerra apercibido de la broma y de la deferencia del Rey para con su persona, le contestó en el mismo tono: “perdoneme ‘osté mahetá’, ...qué es eso de Obispo ni Obispo... que yo en lo mío ‘e sió’ er Papa”. Ante esta ocurrente respuesta el Rey soltó una sonora carcajada y después ambos se dieron un abrazo de buenos amigos.
Pero antes de Rafael Guerra, Frascuelo y Lagartijo, mantuvieron unas excelentes relaciones con el Rey Alfonso XII. El torero granadino de Churriana, siempre tomó parte activa de la vida política. Frascuelo por ejemplo se batió en el levantamiento de Serrano y Sagasta en 1873 en las barricadas levantadas por el “Batallón del Aguardiente” al que pertenecía. Ya en plena Restauración, Frascuelo mantuvo unas excelentes relaciones con la aristocracia española. Tan buenas, que se cuenta como una tarde en Madrid, se encontró en una determinada y solemne función social con el rey Alfonso XII, y no dudó un momento en saludarlo de la manera más campechana, acorde con su extracción social y formación cultural: “M’alegro de verle “güeno mahestá”. O aquel brindis que “Lagartijo” le hizo en cierta ocasión en la Plaza de Toros de Madrid a Alfonso XII, que pilló al Rey desprevenido sin ningún regalo con el que corresponder el amistoso detalle del Califa cordobés. El Rey se excusó con el torero y le prometió mandarle a su domicilio un regalo acorde con las circunstancias. Lagartijo, con toda naturalidad le contestó: ”Señó,…no corre prisa”.
También es conocido aquello que le ocurrió a Lagartijo cuando enviudó. Su suegro se presentó un día en su casa y le exigió la mitad de su fortuna porque en su opinión eran gananciales de su hija y que por tanto le correspondían a él. Lagartijo puso el asunto en manos de unos abogados de Córdoba y no dudaron en darle la razón al suegro. Rafael no conforme con esta opinión, se fue a Madrid a ver a un gran abogado y político amigo suyo, que en aquellos días era presidente del Gobierno en España, Francisco Romero Robledo, a quien expuso el caso pormenorizadamente. El abogado y político le contestó a su amigo torero: Rafael, me temo que se lo vas a tener que dar. La ley es la Ley... Y ante el gesto de disconformidad del torero añadió: Ya sé que la ley muchas veces puede ser dura y hasta injusta, pero así es. Unos segundos de silencio entre ambos amigos y “Lagartijo” le dijo: “don Francisco ¿cuántas veses m’a visto osté torear?”. “Cientos de veces Rafael y siempre muy bien”, le contestó Romero Robledo. A lo que el torero le contestó: “Y cuando yo’staba serca der toro... ¿vi’osté alguna vez a mi suegro por allí, a mi lado con la capa...?”.
Pero de todos los casos evidenciados en este alocado siglo XIX, el más claro en el que un torero deja los ruedos por la política fue el del vasco de Elgoibar, Luis Mazzantini, torero mediocre en arte aunque buen estoqueador. Hombre petulante, postinero, presumido y engolado donde los haya habido. Por ser Bachiller en Artes se negaba incluso a torear si en los carteles olvidaban poner delante de su nombre el “don”. De todos es conocida la cierta rivalidad que durante los años finales del siglo XIX mantuvo Mazzantini con el Califa cordobés Rafael Guerra. Una rivalidad mas propiciada por él mismo que por el cordobés, ya que en los ruedos El Guerra siempre le ganaba la partida. No obstante el toreo le debe a Mazzantini por ejemplo, que gracias a él se echan hoy en suerte los lotes a lidiar en cada corrida. Los revisteros de la época le apodaban el “gladiador ferroviario”, oficio que desempeñó antes de ser torero. Era un hombre muy elegante y atildado, tanto que en aquellos años (entre 1890 a 1910), el centro de Madrid era un hervidero de vendedores ambulantes callejeros, que pregonaban en voz alta bastones a lo Mazzantini, pañuelos a lo Mazzantini y corbatas a lo Mazzantini. Como he dejado dicho, era en aquellos años su rival en los ruedos Rafael Guerra, y en cierta ocasión el Califa puso el dedo en la llaga de la “vanidad mazzantonista”, cuando un día conversando amigablemente con él en un Café de Madrid, Rafael Guerra puso de manifiesto en aquella reunión de toreros y aficionados, lo atildado del atuendo del torero de Elgoibar y su engolada forma de hablar y comportarse, con la siguiente sentencia: ¡Ay, don Luis... si toreara “osté” ni la mitá de bien de como viste y como habla...!
Tras la retirada de El Guerra, Luis Mazzantini, abandona su profesión de torero apara dedicarse a la política, dentro de la fracción “romanonista” del Partido Liberal, llegando a desempeñar una serie de cargos oficiales de importancia. No obstante Mazzantini a lo largo de su venturosa vida tuvo muchísimas profesiones: además de Bachiller en Artes y matador de toros, fue factor y telegrafista, ferroviario, jefe de las estaciones de Malpartida (Salamanca) y Santa Olalla (en Toledo), cantante de ópera, Jefe Superior de Policía, concejal del Ayuntamiento de Madrid, empresario de la Plaza de Madrid, ganadero de reses bravas, diputado provincial por el partido judicial de Navalcarnero y Gobernador Civil de Guadalajara. Murió en 1917 en Madrid, prácticamente arruinado, pero con más orgullo que don Mendo en la horca, manteniendo su rango social con gran dignidad gracias a un seguro de vida que hábilmente firmó en los años brillantes de su profesión.
A lo largo de los siglos XIX y XX observamos una relación, una simbiosis misteriosa entre la vida política y la taurina. Vemos la transformación de toreros en políticos y la gran atracción de los políticos hacia el mundo de los toreros, una veces por azar, otras veces por circunstancias históricas y otras muchas por correlación de acontecimientos. Ambas concepciones de la vida caminan juntas en la historia contemporánea de este país nuestro, paralelas como las vías del tren en la mayor de las ocasiones y entrelazadas otras como podremos ver a continuación.
De las buenas relaciones entre los políticos y los toreros, nos podemos quedar con una anécdota del presidente del Gobierno Antonio Maura, que sin ser un gran aficionado a la Fiesta, si sentía una gran admiración por los hermanos Rafael “El Gallo” y por Joselito y que ocurrió a principios del siglo XX. En cierta ocasión los hermanos Rafael y José Gómez Ortega se encontraban en Madrid para torear en la Feria de San Isidro y quisieron visitar a Antonio Maura para tener una deferencia con él por la amistad y admiración que les profesaba. Los toreros fueron recibidos en Presidencia y hablando con ellos en su despacho, Maura ponderó la dificultad del oficio de torero y el peligro constante a que se sometían en los ruedos todos los matadores de toros: “La profesión de ustedes es sin duda, muy arriesgada”, les comentó reiterativo Maura a los dos toreros. Y Rafael El Gallo, un iluminado de inteligencia natural prodigiosa, le contestó al momento con toda naturalidad moviendo la cabeza a un lado: ¡”Pos mía” que la de “osté”...! Aludiendo sin duda a un reciente atentado terrorista que el presidente Maura había sufrido en Barcelona y del que afortunadamente escapó ileso. La contestación del “divino calvo” le hizo a Maura mucha gracia y les demostró siempre la gran estima que sentía por los dos hermanos toreros. Esta estima se vio reflejada en una fotografía de la época que existe, en la que se ve a don Antonio Maura con chistera, desfilar compungido ante el cadáver de Joselito en la casa mortuoria de la calle Arteta de Madrid, al día siguiente de la tragedia de Talavera.
Pero no fue Luis Mazzantini el único torero que en España llegó a Gobernador Civil, ya que entre los años 1938 a 1944, desempeñó ese cargo en la provincia de Huelva el novillero sevillano (no llegó a matador de toros por mediocre) Joaquín Miranda González, que fue conocido en su profesión como subalterno y peón de confianza de varios espadas punteros en esos años. Miranda era sevillano nacido en Triana en 1894. Tras varios años como novillero pasó a ser banderillero de “Maera”, “Algabeño” y Marcial Lalanda. Abandonó los toros al casarse y tener que ocuparse de los negocios de construcción de su suegro, hombre rico y hacendado. Se afilió a Falange Española y organiza la central Nacional-Sindicalista de Sevilla. Estaba en la cárcel por motivos políticos cuando el Alzamiento militar del 18 de julio. El general Queipo de Llano tras tomar Sevilla, lo sacó de la cárcel para que se ocupara de las Milicias de la Falange en Andalucía occidental. El antiguo novillero llegó a alcanzar un gran predicamento político en estos años en la zona nacional, tanto que hasta el mismísimo Franco le mandó llamar a Salamanca en marzo de 1937 para intervenir en la Unificación, nombrándolo Consejero Nacional, antecesor de Raimundo Fernández Cuesta como Secretario General del Movimiento. En 1930 le nombran Gobernador Civil de la provincia de Huelva.
Pero también el viejo “Litri”, Manuel Báez y Quintero, (padre de Manuel, muerto de una cornada en Málaga y de Miguel, inventor del “litrazo” y actual ganadero), fue concejal del Ayuntamiento de Huelva. Hay otros dos casos análogos de cierto relieve de toreros que se meten a políticos después de la Guerra Civil: el de Marcial Lalanda que fue concejal del Ayuntamiento de Madrid, y el castellonense Salvador Almela Navarro, bachiller, estudiante de Derecho, boxeador, profesor de Gimnasia, árbitro de fútbol y picador de toros durante bastantes temporadas, actuando a las órdenes de espadas como Joselito, Rafael El Gallo, Fortuna y Martín Vázquez. Este picador, Salvador Almela, fue nombrado alcalde del Ayuntamiento de San Lorenzo del Escorial (Madrid), un hombre al parecer, de una corrección exquisita. Desde esos años a nuestros días no ha habido más casos de toreros que hayan guardado el traje de torear para dedicarse a los menesteres de la política, a excepción de los que formaron “La Brigada de los Toreros”, subalternos pertenecientes al Sindicato de Toreros, y que lucharon en el bando Republicano durante la Guerra Civil española. (Puede consultarse este asunto en el capítulo dedicado a este tema en este libro).
Pero si hemos visto y vemos aún en este recién comenzado siglo XXI, como los toreros se granjean aún las simpatías y la amistad de los poderes fácticos, políticos, sociales e intelectuales, así como el interés y la simpatía de la sociedad en general por el héroe que se juega a diario la vida. Interés que en muchos casos degenera en el “morbo”, merced a la política de emisiones fomentada por todas las cadenas de Televisión (públicas y privadas), que están llevando hasta los lugares más recónditos en cada hogar de este país, asuntos de la intimidad de las personas, como los amoríos y los líos de “bragueta y entrepierna” de bastantes toreros. Son otros tiempos y otros los medios de comunicación, pero el esquema del siglo XIX en cuanto a los toreros y su relación con la sociedad sigue siendo el mismo. Se siguen vendiendo los bastones, pañuelos y corbatas a lo Mazzantini aunque todo amoldado a los nuevos tiempos, a las modas y gustos que ahora imperan.

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