A nuestros lectores...

Mano a Mano se ha enriquecido, hoy presentamos gustosos a nuestra nueva pluma: Pedro Julio Jiménez Villaseñor, esperamos que sea de su agrado y lo disfruten tanto como nosotros.



Un olé para todos.



Pasifae y El Zubi

domingo, 3 de enero de 2010

El Barroco Mexicano y los toros...

Ofrezco un disculpa a todos nuestros lectores por mi falta de constancia. Estoy buscando trabajo y se me atravesaron las fiestas decembrinas pero ya he llegado.


En la primera década del siglo XVII México -en ese entonces La Nueva España- tuvo un arzobispo-virrey muy aficionado a los toros, Fray García Guerra.


Este hombre ambicioso como cualquier otro, celebró con toda la opulencia su entrada al poder, con qué más que una corrida de toros. Su afición era tanta que aún habiendo prometido a las monjas del convento de Jesús y María la construcción de uno nuevo pero Carmelita, prefirió comenzar con la construcción de una plaza de toros en el palacio virreynal "robando" así a las monjas.
Tales monjitas habían recibido un buena parte del dinero que requería su "sueño" por parte de un buen hombre-rico pero que había nombrado albacea de tales dineros a Fray García Guerra, quien cada que escuchaba las súplicas de las monjas al respecto del proyecto, les repetía amablemente

-"¡Ah, mis queridas hermanas, si a Dios plugiera otorgarme el puesto del virrey, yo seguramente os ayudaría a comenzar la construcción del convento que tan justamente deseáis!¡Y qué espléndido lo haría"
-"¿Debemos esperar hasta entonces, su Señoría?"
-"Sí, queridas hermanas", era esa su respuesta invariable. "Ello sólo podrá ser cuando yo sea virrey" (1986: 33).
Y cuando lo logró por vía de la renuncia del virrey anterior, se olvidó de sus monjas amigas y así
"la asistencia financiera prometida para el nuevo edificio de las Carmelitas fue prestada a un pasatiempo más cercano al corazón del virrey: las corridas de toros. Para celebrar su elevación al rango supremo de arzobispo-virrey, decretó que estos espectáculos taurinos tuvieran lugar todos los viernes de ese año. Y más tarde impuso a un cabildo renuente para construir una plaza de toros privada dentro del Palacio, ya que no parecia adecuado para una eminencia eclesiástica asistir a tales funciones en sitios públicos" (p.35).
La primera corrida se realizó en un viernes santo, y sólo tuvo un detractor, una de las monjas defraudadas que rogó al virrey que no se llevara a cabo por ser  día de guardar. Pero no se le tomó en cuenta. Sin embargo las siguientes corridas estuvieron marcadas por una especie de resistencia "divina" ya que hubo temblores que aplazaron la segunda tarde; pero la tercera se llevó a cabo y las cosas empeoraron pues hubo un terremoto que tiró el graderío y frente al arzobispo-virrey un par de espectadores murieron tras caer sobre ellos parte del balcón donde él mismo estaba. Tras tales incidentes Fray García no se detuvo y siguió con los festejos, sin embargo su salud decayó y murió al año siguiente.

Como podemos ver las corridas de toros son un ritual muy importante no sólo para quien es protagonista sino también para quienes asistimos. ¿Quién de nosotros -los que nos creemos taurinos- no ha festejado su cumpleaños o algún suceso importante, con una corrida de toros? Miguel Hidalgo -héroe nacional mexicano- tras una batalla ganada a los españoles organizaba una, por cierto con sus toros porque era ganadero de bravo.

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