Por El Zubi
Enrique Cano Iriborne “Gavira” nació en Cartagena el 15 de julio de 1890 y murió en la Plaza de Toros de Madrid el 3 de julio de 1927 a la edad de 37 años, a consecuencia de la fuerte cornada que le propinó el toro “Saltador” de la ganadería de Pérez de la Concha, precisamente al entrar a matar.
Enrique Cano sintió de muy joven la afición por el toro aunque su oficio era el de marmolista. Aprovechó la salida desde Cartagena de un navío con dirección a Sevilla, cuyo capitán era amigo suyo. Una vez en la capital andaluza anduvo por los ambientes taurinos, y en la Maestranza se tiró de espontáneo para dar unos pases a un toro que lidiaba Ricardo Torres “Bombita”. Aprovechó la notoriedad que aquel hecho le dio para participar en capeas y otros festejos pueblerinos, de tal forma que al volver a su tierra tenía la firme determinación de ser torero y no marmolista. Sus deseos se cumplieron pues se viste de luces por vez primera en Cartagena el 1 de junio de 1913, y dos años más tarde logra triunfar como novillero en Madrid. Su mejor temporada como novillero fue la de 1922. Toma la alternativa el 22 de abril de 1923 en Cartagena de manos de Villalta actuando de testigo Fausto Barajas, que lidiaron toros de Pablo Romero. El 17 de junio del mismo año confirma alternativa en Madrid con ganado de Bañuelos, cediéndole Paco Madrid el primer toro. Alternaba en el cartel Julián Sáez “Saleri II”.
Enrique Cano “Gavira” tuvo una carrera con muchos altibajos, prodigándose sólo en su tierra natal. En 1926 sólo torea siete corridas entre Murcia, Alicante, Carabanchel, Barcelona y Cartagena. Fue contratado para torear en Madrid el 3 de julio de 1927. Era su primera corrida esa temporada, con ganado de Pérez de la Concha, alternando en el cartel con Manuel Alvarez “El Andaluz” a quien le confirmaba la alternativa y con Ángel Navas “Gallito de Zafra”. Cuentan las crónicas de la época que transcurría la corrida con más pena que gloria para “Gavira”, cuando salió el tercer toro al ruedo, negro zaino, de nombre “Saltador” con el número 47 en los lomos. Un toro grande con mucha cuerna, astifino y manso como un burro, tanto manseó en la capa que al negarse a capotear, el presidente ordenó que le pusieran “banderillas negras” para despabilarlo. En el momento en que “El Andaluz” le está devolviendo los trastos a “Gavira” como parte de la ceremonia de confirmación, y estando ambos de espaldas, el toro les dio un susto de muerte pues se arrancó inesperadamente e hizo por ellos. Pudieron eludir la cogida gracias a los gritos del público que los alertaron. “Gavira” cogió su montera y en los tendidos brinda la muerte del toro a un tal don José Semprún Alzurema. Trastea al toro por bajo con la muleta convencido de que a un manso no hay quien lo pueda torear, aunque el toro iba a la muleta, cosa que él no debió ver. A los cuatro minutos del brindis intenta cuadrar al toro para entrar a matar. El toro no se deja cuadrar, “Gavira” se desespera y entra a matar desde largo excesivamente despacio, sorprendiendo al toro con la mano izquierda adelantada. Logró sin duda una gran estocada a volapié en todo lo alto, de efectos fulminantes pero a su vez fue corneado el torero en el vientre y volteado por “Saltador”. Una cornada seca con el cuerno derecho en la parte izquierda del hipogastrio. “Gavira” a pesar de estar herido logra levantarse sujetándose con ambas manos la enorme herida. Llegadas las asistencias el torero se desvaneció en sus brazos y lo último que dijo fue: “¡me ha matado! Cuando lo llevaban en volandas por el callejón camino de la enfermería a la altura del tendido 3, sus brazos cayeron inermes y su cabeza se abatió hacia la derecha con la mirada perdida en los ojos. Acababa de morir. El toro “Saltador” por su parte, rodaba como una pelota en el ruedo pocos segundos después. La plaza quedó tan conmocionada por el suceso que la presidencia dispuso suspender ahí el festejo. El parte facultativo del Dr. Segovia decía así: “Durante la lidia del tercer toro ha ingresado en esta enfermería el cadáver del diestro Enrique Cano “Gavira”, que presenta una herida por asta de toro en la fosa ilíaca izquierda. La muerte le sobrevino por un “shock” traumático”.
En esta ocasión se cumplió en este valeroso y desafortunado torero, aquel antiguo refrán taurino que dice: “estocada por cornada…ni el toro ni yo nos debemos nada”.
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