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Pasifae y El Zubi

miércoles, 16 de diciembre de 2009

LA RUMOROLOGIA Y LAS MALEDICENCIAS DE LOS PUBLICOS LLENARON DE AMARGURA A MANOLETE HASTA LA MUERTE


Por El Zubi

Manuel Rodríguez “Manolete” ha sido tal vez el mejor torero y el más completo que ha dado la historia de la Fiesta de los Toros. Sin lugar a dudas fue el torero que levantó mayores pasiones en la década de los cuarenta, inmediatamente después de nuestra Guerra Civil. Un torero que supo levantar el ánimo castigado de los españoles después de los horrores de una triste guerra fratricida. Un personaje popular idolatrado con razón, que sufrió también las espinas punzantes de la rumorología más baja y las maledicencias de la envidia: el deporte favorito de todos los españoles. A Manolete, por ser un personaje tan popular y sobresaliente, se le inventaron y adjudicaron multitud de actos, ideas y hechos que nunca ocurrieron en la realidad y que le amargaron en parte sus últimos años de vida. Ya es hora de zanjar algunas heridas y aclarar algunas cosas para la historia de manera contundente y definitiva.
A Manolete se le adjudicó un acto patriótico en México que jamás ocurrió. Dicen que minutos antes de hacer el paseíllo, se negó a torear en la plaza de México hasta que las banderas de España no ondearan en los tejados de la plaza. Todo fue una mentira inventada por la fantasía el populacho o tal vez por José María Pemán que todo hay que decirlo. También se le calificó como “el torero del régimen franquista”. Otra patraña que ha empañado la verdad sobre la verdadera personalidad del diestro cordobés.
Manuel Rodríguez “Manolete” hizo sus primeras actuaciones como novillero unos meses antes de que estallara la Guerra Civil. Actuó como becerrista por primera vez en un ruedo de sobresaliente de Juanita Cruz en Cabra el domingo después de Carnaval de 1933 con Ramón Lacruz, y repitió una semana más tarde de nuevo con la torera madrileña y con Palitos. Por cierto que en ambas actuaciones los dos toreros varones tuvieron una actuación desastrosa. Debutó en Madrid en 1935 en la Plaza de Tetuán de las Victorias, donde fue anunciado en los carteles con el nombre de Angel Rodríguez; fíjense el escasísimo conocimiento que de él se tenía. Cuando estalló la Guerra Civil el 18 de julio de 1936, Manuel Rodríguez alternó las funciones de soldado de Artillería con las actuaciones en festivales benéficos taurinos a favor del Ejército y hospitales de la zona sublevada, pues en ella vivía. Su pertenencia al Ejército de Franco le proporcionó entre el populacho malintencionadas y tergiversadas biografías que forman parte más de la fantasía de mentes retorcidas, que de una realidad histórica auténtica y contrastada. Incluso se le adjudicó su participación en muestras violentas y sangrientas con prisioneros rojos, (dicen que se entrenaba a entrar a matar con los prisioneros rojos de la guerra civil) sin ningún fundamento histórico ni científico. Todo son auténticas mentiras y calumnias inventadas por la gente.
Hechos ciertos son que Manuel Rodríguez se tuvo que incorporar a filas al estallar la guerra. En su reemplazo normal quedó exento de servicio militar porque era estrecho de tórax. Semanas más tarde y cuando la contienda se encona sobremanera, lo movilizan de nuevo, pues ya todos los hombres son necesarios en el frente. A Manolete lo asignan en el Regimiento de Artillería número 1, asentado en Córdoba. Está a las órdenes del coronel Manuel Aguilar Galindo y directamente a las del capitán José Gutiérrez Ozores, un gran aficionado a la Fiesta que siente además una especial predilección por el torero cordobés. Cuando el servicio militar daba una tregua, la vida en el Regimiento se tornaba hacia el arte de torear. Allí quien más baza metía era un personaje entrañable, un tal Curro Molina, mozo de espadas que trabajaba como albañil durante el invierno, que era sin duda el principal incondicional del novillero-soldado.
Los ataques del Ejército Republicano obligaron al Regimiento de Artillería de Córdoba a entrar en combate y estar en varios frentes. En Peñarroya, el artillero de segunda, batidor de la Primera Batería, Manuel Rodríguez, se distinguió por su eficacia y valor. En Villafranca y Extremadura, “Manolete” cumplió como el mejor del Regimiento. Poca gente sabe, que los aviones rusos estuvieron a un paso de privar a España y al mundo del mejor torero de todos los tiempos. El hecho ocurrió cuando el Regimiento de “Manolete” avanzaba en fila de dos columnas hacia Cabezas del Buey (Extremadura), cuando una escuadrilla de bombarderos rusos los avistó a lo lejos como a una fila de hormigas que avanza lentamente hacia su hormiguero. Los aviones giraron en breves segundos y cayeron como moscas en picado sobre ellos, disparando con furia todas las ametralladoras de sus morros. “¡Desplegarse!. ¡Cuerpo a tierra!, gritó el capitán Gutiérrez Ozores. Las acémilas fueron dispersadas en cuestión de segundos y los soldados buscaron refugio lanzándose a las cunetas de la carretera a la carrera. La confusión, el caos y el miedo se apoderaron del Regimiento. En cuestión de pocos segundos caen las bombas a diestro y siniestro, que estallan muy cerca de la columna de soldados causándole grandes daños. “Manolete” tuvo la fortuna de lanzarse al lado contrario donde uno de sus compañeros salta despedazado por los aires. La muerte estuvo aquel día más cerca que nunca de “Manolete” hasta la tarde de Linares, en que lo recogió para hacer el viaje eterno. Aún no había llegado su hora.
En marzo de 1937 el capitán Gutiérrez Ozores es el que más interés pone en que se celebre un Festival Benéfico en Córdoba. En realidad lo que quería era ver torear a su subordinado y analizar sus posibilidades como torero. Tan pronto como fue lanzada la idea del Festival, se ofrecieron a participar en él de manera incondicional muchos toreros que había en la zona: Juan Belmonte, como rejoneador, José Flores “Camará”, que insistía en seguir toreando ante la buena acogida que tuvo semanas antes en Ecija. Sánchez Mejías, “Gallito” y los cordobeses Zurito, Manolete y Pepe Luque completan el cartel del Festival Patriótico de Artillería a beneficio de “Auxilio de Invierno”, que a raíz de aquel 28 de marzo quedó instituido durante muchos años en el coso de los Tejares. Al parecer, la faena que Manuel Rodríguez “Manolete” le hizo al novillo “Camarón” de la ganadería de José de Goya fue tan memorable y extraordinaria, que los cordobeses que asistieron a este Festival instalaron la primera Peña Taurina Manolete en “Casa de Almoguera”. El capitán Gutiérrez Ozores no cabía de gozo en su uniforme y presumía de soldado ante medio Ejército nacional. Ahí comenzó la leyenda de Manolete: en el Ejército.
Pero la participación de Manuel Rodríguez en la contienda civil en el Ejército nacional, no fue algo elegido por él sino circunstancial fruto del azar. El vivía en Córdoba, y no significa eso ser nacional o republicano. Manolete lo que de verdad era entonces y siempre fue torero por encima de todo. Por eso fue absolutamente injusto que obviando su genialidad se le calificara como el “torero del régimen”, y más tras el homenaje que la intelectualidad de la época le tributó en Madrid en el transcurso de una cena en el restaurante Lhardy. Hay en la vida de Manolete dos hechos ciertos relacionados uno con el primer ministro británico Winston Churchill y otro con Indalecio Prieto, que podrían servir para desmentir esa supuesta querencia que se le adjudicó al torero de Córdoba con los jerarcas del régimen franquista. El año de 1945, el de su debut en México, está mas que comprobado que mantuvo contactos en la ciudad azteca con gentes españolas en el exilio. Yo creo que Manolete era torero fundamentalmente, y un hombre liberal. Allí en la capital azteca se sabe que almorzó junto con su apoderado José Flores Camará con Indalecio Prieto, que como sabrán fue cronista taurino en Bilbao, ministro socialista y director de un periódico. También conoció allí al general Miaja y a otros hombres de aquella España perdedora y desterrada.
Pero tal vez uno de los hechos menos conocidos de su vida fue el de su relación con el primer ministro británico Winston Churchill. Torea Manolete en Valencia en 1945 durante la Feria de Julio. Allí mató un toro de la ganadería de Escobar, un toro lucero que tenía dibujada en la testuz una “V” que era el signo de la victoria que había hecho famoso el “premier” británico. Manolete mandó disecar la cabeza del astado y se la envió al político inglés en señal de homenaje y adhesión a su lucha, lo cual no coincidía precisamente con la política exterior española que en esos días estaba decididamente a favor de Hitler.
El regalo fue tan bien acogido por Churchill que le respondió a Manolete con una cariñosa carta de agradecimiento, carta que se encuentra expuesta en el salón taurino-museo del cortijo de Las Bernabelas en la Sierra Norte de Sevilla, muy cerca de Constantina, propiedad de la familia Flores Camará. Dos años más tarde mandaría también un telegrama de pésame a la madre del torero doña Angustias Sánchez, mostrándole su pesar por la tragedia de Linares.
La vida taurina de Manolete no fue un camino de rosas precisamente. Con Carlos Arruza mantuvo un duelo de rivalidad paralelo a una amistad casi fraternal y familiar. Supieron ambos mantener la amistad a la vez que la rivalidad y dignidad profesional en los ruedos. Luego no es cierto que el mexicano Carlos Arruza fuera su enemigo tal y como se ha rumoreado tantas veces. Después le llegó el turno a Luis Miguel Dominguín, que le quiso desplazar del pedestal... pero esa es otra historia. Manolete sufrió la incomprensión de los públicos en sus últimos años de vida. Sufrió las luchas taurinas y las rivalidades, las acusaciones de perfilero y consentidor del afeitado (otra gran mentira). El público comenzó a mostrarle las entradas cada vez que no cortaba orejas. En Córdoba insultaban incluso desde los tendidos de la plaza de toros a miembros de su propia familia, haciendo con ello un gran daño moral al torero. Todo esto junto a su apasionando romance con la bella actriz Lupe Sino, acumuló tales circunstancias que hicieron que Manolete, como otros toreros de la historia, acabase su carrera en un hospital amortajado.
Manolete y Camará formaron un tándem perfecto. Era la moneda compacta con las dos caras. Camará puso un hito en la historia del apoderamiento que difícilmente podrá superarse. Esta perfección en el toreo y en el apoderamiento dio paso a las consabidas envidias de la gente que desembocaron en maledicencias y calumnias. De Manolete por ejemplo se dijo que lo mató el toro Islero cuyos pitones habían sido manipulados. Incluso se dijo que a Islero le habían echado encima antes de salir al ruedo, varios sacos terreros para mermarlo en su vigor. Todo fueron mentiras y maledicencias, como desmintió durante años con dolor José Flores Camará. Lo cierto es que el torero cordobés fue idolatrado por los mismos públicos que le amargaban la vida, porque se le percibía como un símbolo de la España caída que trataba de zafarse de la enfermedad.
Y esa es otra. Su aspecto. Manolete era un hombre de aspecto frágil y enfermizo. La rumorología popular, tan puñetera siempre, dijo que el torero padecía tuberculosis y que necesitaba constantes inyecciones de penicilina y transfusiones de sangre para poder vivir, transfusiones que él pagaba además generosamente. En aquellos días se sabe que el torero recibió muchas cartas de gente que quería donarle sangre de manera altruista. Hubo una carta de una señora oscense que le ofrecía dos litros de sangre a cambio de dos millones de pesetas de aquella época (Manolete cobraba entonces una media de 240.000 pesetas por corrida). El torero le dijo a su apoderado: “...contéstale a esa mujer y dile que por dos millones de pesetas le doy toda la mía y la de mi familia”. Sin embargo la oferta más generosa vino de una señorita anónima que le ofrecía toda su sangre a cambio de su amor... Lo cierto es que la presunta anemia y tuberculosis del matador cordobés, fue casi una enfermedad nacional, porque el cariño de los españoles por él era general. Hay que tener en cuenta que en aquellos años en España había unas 300.000 personas enfermas de tuberculosis y que sólo había 7.000 camas en los pocos hospitales que había en todo el país. Así que la “penicilina” y la “tuberculosis” también forman parte de la “leyenda negra manoletista”.
Como quedó apuntado anteriormente, al diestro cordobés los públicos cada día le exigían más y más. Sus últimas campañas las vivió presionado con más amargura que felicidad. Murió en el año que había anunciado su retirada. Manuel alcanzó la cima de su fama y el reconocimiento social, poco habitual en los toreros, en la famosa cena del restaurante Lhardy en Madrid, donde se dio cita lo más granado de la intelectualidad de la época. El homenaje fue organizado por José María Alfaro que presidía la Asociación de la Prensa de Madrid, y el diplomático, escritor y personaje muy popular Agustín de Foxá le dedicó allí unos bellos versos muy significativos, cuyo último párrafo quiero hoy reproducir aquí para terminar esta historia:
...
y saludo en ti a Córdoba; olivares y ermitas,
Surtidor de azulejos, hoy cubiertos de tierra,
Quien te dio esa desgana de Califa sin trono,
De Almanzor que no vuelve, que es orgullo y tristeza.

1 comentario:

  1. Que fué uno de los mejores toreros que ha habido y de ahí que tuviera tantos detractores belicosos, producto de la mal llamada humanidad envidiosa de todo lo que es encumbrado.

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