En la foto Luisita Jimenes y a la derecha, el dia de su presentación, junto a Alfonso Ordóñez “Niño de la Palma II”de Ronda y Enrique Millet “Trinitario II” de Málaga”. Abajo llorando desconsolada al paso del feretro de su marido Miguel "El Atarfeño".
Por El Zubi
Eran poco mas de las seis de la tarde del 2 de septiembre de 1934 en la vieja Plaza del Triunfo de Granada, cuando el toro “Estrellita”, de Moreno Santamaría, atravesaba con rabia el vientre del novillero Miguel Morilla “Atarfeño”. Su mujer Maria Luisa Jiménez que estaba en uno de los palcos de la plaza, daba un grito espeluznante como si le hubieran quitado la vida. Corrió como una gacela hacia la enfermería donde habían llevado a su marido herido de muerte por asta de toro. No querían dejarla entrar por el aspecto tan horrible que tenía la herida, pero finalmente no tuvieron mas remedio. Su marido yacía inerte en la camilla. Sin conocimiento. El brazo izquierdo había quedado descolgado del resto, caído como señalando cruelmente un enorme charco de sangre que se había formado en el suelo. Maria Luisa se aferró al cuerpo de su marido entre lágrimas y sollozos, y sólo fue separada de él cuando el médico le confirmó que el torero estaba muerto. Fue una cornada terrible que ni siquiera permitió a la pareja poder despedirse, pues El Atarfeño murió en realidad cuando lo llevaban en volandas las asistencias desde el ruedo. La pareja había dejado a su hijo pequeño de poco mas de un año, Miguelillo, en casa de los abuelos maternos. La noticia corrió como un reguero de pólvora por la ciudad y en el Ayuntamiento colocaron a las pocas horas de hacerse oficial la noticia, crespones negros en señal de luto. En Granada se quería mucho a Miguel Morilla “El Atarfeño” pues tenía ilusionada a la afición. Ese día precisamente se despedía de la afición como novillero porque un mes más tarde se había comprometido a darle la alternativa el mismo Juan Belmonte. No pudo ser. El entierro se celebró al día siguiente y fueron impresionantes las muestras de dolor de toda la ciudad hacia la familia del torero y su viuda. Granada sintió con mucho dolor la muerte de su torero, tanto que se organizó una función taurina benéfica para la viuda y el niño huérfano. Se recaudó más de treinta mil pesetas que se utilizaron para comprar una casa para María Luisa y su hijo, y por petición de la madre se inscribió en el registro a nombre de Miguelillo.
Había pasado ya un año de la muerte del torero y la ciudad olvidada ya de la tragedia, se despertó un 4 de junio de 1935 de manera inesperada con la noticia que en titulares daba el periódico La Estampa: “María Luisa Jiménez, la viuda de Atarfeño se entrenaba asiduamente para presentarse en la misma plaza de Granada donde había caído muerto no hacía ni un año su marido”. ¿Estamos ante un caso de afición intensa, o ante una voluntad decidida a no olvidar al muerto por amor y lealtad?... María Luisa Jiménez era una guapa morena de veintitrés años, de ojos negros rasgados, no muy alta, fina de tipo y muy atractiva. Le llamaban “La Pasionaria del Albaicín”. El cartel anunciador de su presentación decía así: “Se lidiarán, banderillearán, y serán muertos a estoque seis hermosos novillos de la acreditada ganadería de la señora viuda de Villamarta, con divisa verde botella y oro viejo. Primera parte, dos bravos becerros para la presentación de la valiente Luisita Jiménez “Atarfeña”, viuda del infortunado diestro Atarfeño, que alternará con Alfonso Ordóñez “Niño de la Palma II”de Ronda y Enrique Millet “Trinitario II” de Málaga”.
Los días previos al espectáculo se vivieron con una gran expectación en la ciudad y por fin llegó su debut: el 22 de junio de 1935. La muchacha salió vestida de torero del hotel Internacional hacia la plaza del Triunfo. Prefirió no salir de su casa para evitar la despedida de su madre y de su hijo. No vistió aquel día traje de luces, sino que vistió de corto: pantalón negro no muy ceñido y chaquetilla de piqué blanco, sobre una camisa de seda de cuello abierto. Sobre su pelo ondulado se encasquetó una gorrilla que le daba un bello aspecto de niña atrevida y traviesa.
Emilo Fornet, el revistero del periódico La Estampa, le hizo una entrevista para la ocasión y decía ella con toda franqueza: “Yo no era aficionada a los toros hasta que le conocí a él hace cuatro años. Tuvimos relaciones nada más que unos diez días, pues enseguida nos casamos. Yo soy granadina, nacida en Guadix, y desde que nos conocimos me entró una gran afición a la fiesta de los toros. Yo he presenciado todas sus corridas desde que nos casamos, todas, hasta la fatal... En vida de Miguel yo iba también a las dehesas a torear con él, y el me adiestraba. Se hablaba incluso de que yo iba a debutar con él en un festejo en Granada. Yo lo he visto torear en Madrid y estaba tranquila. No pensaba en nada trágico, ni en que nuestro pequeño pudiera quedarse huérfano. Ahora tiene dos años, se llama Miguel, como su padre. No quiero que sea torero. Lo que yo deseo ahora es ganar dinero con los toros para que él no lo sea y viva bien”.
Para el empresario que gestionaba la plaza del Triunfo, Vidal Carrasco, no había duda: “la Atarfeña sólo quería torear para que sonara el nombre de su esposo muerto. Lo que quiere es mantener vivo el fuego sagrado de la gloria”. María Luisa Jiménez hace el paseíllo sobre la misma arena donde su marido había dejado un reguero de sangre unos meses antes. Llevaba una estrecha cinta negra en el brazo izquierdo en recuerdo a su marido. Aquel día La Atarfeña cosechó un ruidoso fracaso. No llegó siquiera a matar al novillo pues tuvo que ser sacada en brazos de sus subalternos del ruedo, porque sufrió un repentino desvanecimiento o mareo, según cuentan los revisteros de la época producido por el miedo. Lo cierto es que después de su presentación Luisita Jiménez continuó preparándose y toreando. Actuó sobre todo en plazas andaluzas y sólo en dos ocasiones participó en espectáculos más arriba de Despeñaperros. Pocas referencias existen sobre sus actuaciones, aunque si hay una muy llamativa de cuando toreó en Zaragoza, la tarde del 10 de agosto de 1935, en que al parecer fue detenida por las autoridades en la misma plaza y pasó la noche en los calabozos de la comisaría, a causa de una escandalera que se produjo al negarse La Atarfeña a matar su primer novillo. Ocurrió que el público consideró a su primer toro muy pequeño. Hubo muchas protestas y el animal fue devuelto a los corrales por falta de presencia. Salió el segundo y la Atarfeña consideró que este era demasiado grande. No sólo no lo mató sino es que no le dio ni un capotazo. Se lió por tanto un fuerte escándalo que obligó a las fuerzas de seguridad a actuar.
La cierto es que la Atarfeña estuvo poco mas de un año en activo. Su última actuación tuvo lugar el domingo 3 de mayo de 1936 en Guadix, su ciudad natal. Acabado el espectáculo, la cuadrilla de Atarfeña regresó a Granada mientras que ella se quedaba en casa de unos familiares a pasar la noche para descansar mejor. Les dijo a sus subalternos que al día siguiente volvería a Granada, pero ni ese lunes ni en toda la semana se le vio el pelo por Granada. Su entorno comenzó entonces a preocuparse por su misteriosa y repentina desaparición, y mas cuando contactaron con Guadix y allí se les dice que se había marchado el día 4 de madrugada. ¿Qué otra tragedia se cernía sobre esta pobre muchacha?... Durante diez días este fue el tema de conversación en todos los mentideros y tertulias de bares de Granada. Aun tuvieron que pasar un par de semanas más de temores y especulaciones sobre el destino de la Atarfeña, hasta que José Quílez, un avispado revistero de La Estampa dio con ella en Sierra Nevada. Su repentina desaparición se debió a un suculento y bien remunerado contrato que le había hecho una productora de cine de Hollywood para protagonizar una película de tema taurino, en la que tendría que conducir coches, nadar, montar a caballo y esquiar sin vacilación ni torpezas. Como esquiar era la única actividad que no se le daba bien, Luisita Jiménez se había retirado a Sierra Nevada, al refugio del Veleta, donde se sometía a lecciones de esquí durante seis horas diarias con un profesor especializado que había contratado. José Quílez publicaba en La Estampa el 30 de mayo de 1936 una entrevista con la torera sobre su misteriosa desaparición: “No es que me persiga nadie –declaró Atarfeña al periodista—pero tenía que huir de la curiosidad de la gente. Me hice torera para sacar adelante a mi hijo y he visto que hay muchas mujeres ya toreando y la competencia es muy dura. Mi secreto es que me retiro de los toros pues hace un mes una poderosa empresa norteamericana me ha firmado un fabuloso contrato, que pondrá a cubierto de necesidades y agobios para mucho tiempo a mi hijo”.
María Luisa Jiménez emprendió así un largo viaje a las Américas junto con su hijo Miguelito y no se volvió saber más de ella en muchos años. Vino la guerra civil y sus fuertes sacudidas de odio y muerte... y en Granada se olvidaron por completo de su torera. De fuentes cercanas a la familia de María Luisa Jiménez se sabe que regresó con su hijo a Granada en la década de los sesenta. Hizo su película en América y treinta años mas tarde volvió con mucho dinero ahorrado durante este tiempo, que invirtió en la compra de numerosos inmuebles por la ciudad, con cuyas rentas vivió holgadamente toda su vida junto a su hijo. Otras versiones cercanas a los mentideros taurinos de la citada ciudad señalan que “La Atarfeña” se instaló desde un principio en México donde ejerció la prostitución. Murió en Granada muy mayor. Su hijo Miguelillo aun vive en Granada. En la actualidad cuenta 74 años y es una persona respetada y querida por la afición, que ha dedicado mucho tiempo de su vida a dar gloria a la figura taurina de su padre Miguel Morilla “Atarfeño”. Hace pocos años vi personalmente en una exposición taurina muy bonita que se celebró en Granada, varios trajes del torero expuestos, entre ellos el que llevaba la tarde de la fatal cogida que le costó la vida en la plaza antigua del Triunfo.
Eran poco mas de las seis de la tarde del 2 de septiembre de 1934 en la vieja Plaza del Triunfo de Granada, cuando el toro “Estrellita”, de Moreno Santamaría, atravesaba con rabia el vientre del novillero Miguel Morilla “Atarfeño”. Su mujer Maria Luisa Jiménez que estaba en uno de los palcos de la plaza, daba un grito espeluznante como si le hubieran quitado la vida. Corrió como una gacela hacia la enfermería donde habían llevado a su marido herido de muerte por asta de toro. No querían dejarla entrar por el aspecto tan horrible que tenía la herida, pero finalmente no tuvieron mas remedio. Su marido yacía inerte en la camilla. Sin conocimiento. El brazo izquierdo había quedado descolgado del resto, caído como señalando cruelmente un enorme charco de sangre que se había formado en el suelo. Maria Luisa se aferró al cuerpo de su marido entre lágrimas y sollozos, y sólo fue separada de él cuando el médico le confirmó que el torero estaba muerto. Fue una cornada terrible que ni siquiera permitió a la pareja poder despedirse, pues El Atarfeño murió en realidad cuando lo llevaban en volandas las asistencias desde el ruedo. La pareja había dejado a su hijo pequeño de poco mas de un año, Miguelillo, en casa de los abuelos maternos. La noticia corrió como un reguero de pólvora por la ciudad y en el Ayuntamiento colocaron a las pocas horas de hacerse oficial la noticia, crespones negros en señal de luto. En Granada se quería mucho a Miguel Morilla “El Atarfeño” pues tenía ilusionada a la afición. Ese día precisamente se despedía de la afición como novillero porque un mes más tarde se había comprometido a darle la alternativa el mismo Juan Belmonte. No pudo ser. El entierro se celebró al día siguiente y fueron impresionantes las muestras de dolor de toda la ciudad hacia la familia del torero y su viuda. Granada sintió con mucho dolor la muerte de su torero, tanto que se organizó una función taurina benéfica para la viuda y el niño huérfano. Se recaudó más de treinta mil pesetas que se utilizaron para comprar una casa para María Luisa y su hijo, y por petición de la madre se inscribió en el registro a nombre de Miguelillo.
Había pasado ya un año de la muerte del torero y la ciudad olvidada ya de la tragedia, se despertó un 4 de junio de 1935 de manera inesperada con la noticia que en titulares daba el periódico La Estampa: “María Luisa Jiménez, la viuda de Atarfeño se entrenaba asiduamente para presentarse en la misma plaza de Granada donde había caído muerto no hacía ni un año su marido”. ¿Estamos ante un caso de afición intensa, o ante una voluntad decidida a no olvidar al muerto por amor y lealtad?... María Luisa Jiménez era una guapa morena de veintitrés años, de ojos negros rasgados, no muy alta, fina de tipo y muy atractiva. Le llamaban “La Pasionaria del Albaicín”. El cartel anunciador de su presentación decía así: “Se lidiarán, banderillearán, y serán muertos a estoque seis hermosos novillos de la acreditada ganadería de la señora viuda de Villamarta, con divisa verde botella y oro viejo. Primera parte, dos bravos becerros para la presentación de la valiente Luisita Jiménez “Atarfeña”, viuda del infortunado diestro Atarfeño, que alternará con Alfonso Ordóñez “Niño de la Palma II”de Ronda y Enrique Millet “Trinitario II” de Málaga”.
Los días previos al espectáculo se vivieron con una gran expectación en la ciudad y por fin llegó su debut: el 22 de junio de 1935. La muchacha salió vestida de torero del hotel Internacional hacia la plaza del Triunfo. Prefirió no salir de su casa para evitar la despedida de su madre y de su hijo. No vistió aquel día traje de luces, sino que vistió de corto: pantalón negro no muy ceñido y chaquetilla de piqué blanco, sobre una camisa de seda de cuello abierto. Sobre su pelo ondulado se encasquetó una gorrilla que le daba un bello aspecto de niña atrevida y traviesa.
Emilo Fornet, el revistero del periódico La Estampa, le hizo una entrevista para la ocasión y decía ella con toda franqueza: “Yo no era aficionada a los toros hasta que le conocí a él hace cuatro años. Tuvimos relaciones nada más que unos diez días, pues enseguida nos casamos. Yo soy granadina, nacida en Guadix, y desde que nos conocimos me entró una gran afición a la fiesta de los toros. Yo he presenciado todas sus corridas desde que nos casamos, todas, hasta la fatal... En vida de Miguel yo iba también a las dehesas a torear con él, y el me adiestraba. Se hablaba incluso de que yo iba a debutar con él en un festejo en Granada. Yo lo he visto torear en Madrid y estaba tranquila. No pensaba en nada trágico, ni en que nuestro pequeño pudiera quedarse huérfano. Ahora tiene dos años, se llama Miguel, como su padre. No quiero que sea torero. Lo que yo deseo ahora es ganar dinero con los toros para que él no lo sea y viva bien”.
Para el empresario que gestionaba la plaza del Triunfo, Vidal Carrasco, no había duda: “la Atarfeña sólo quería torear para que sonara el nombre de su esposo muerto. Lo que quiere es mantener vivo el fuego sagrado de la gloria”. María Luisa Jiménez hace el paseíllo sobre la misma arena donde su marido había dejado un reguero de sangre unos meses antes. Llevaba una estrecha cinta negra en el brazo izquierdo en recuerdo a su marido. Aquel día La Atarfeña cosechó un ruidoso fracaso. No llegó siquiera a matar al novillo pues tuvo que ser sacada en brazos de sus subalternos del ruedo, porque sufrió un repentino desvanecimiento o mareo, según cuentan los revisteros de la época producido por el miedo. Lo cierto es que después de su presentación Luisita Jiménez continuó preparándose y toreando. Actuó sobre todo en plazas andaluzas y sólo en dos ocasiones participó en espectáculos más arriba de Despeñaperros. Pocas referencias existen sobre sus actuaciones, aunque si hay una muy llamativa de cuando toreó en Zaragoza, la tarde del 10 de agosto de 1935, en que al parecer fue detenida por las autoridades en la misma plaza y pasó la noche en los calabozos de la comisaría, a causa de una escandalera que se produjo al negarse La Atarfeña a matar su primer novillo. Ocurrió que el público consideró a su primer toro muy pequeño. Hubo muchas protestas y el animal fue devuelto a los corrales por falta de presencia. Salió el segundo y la Atarfeña consideró que este era demasiado grande. No sólo no lo mató sino es que no le dio ni un capotazo. Se lió por tanto un fuerte escándalo que obligó a las fuerzas de seguridad a actuar.
La cierto es que la Atarfeña estuvo poco mas de un año en activo. Su última actuación tuvo lugar el domingo 3 de mayo de 1936 en Guadix, su ciudad natal. Acabado el espectáculo, la cuadrilla de Atarfeña regresó a Granada mientras que ella se quedaba en casa de unos familiares a pasar la noche para descansar mejor. Les dijo a sus subalternos que al día siguiente volvería a Granada, pero ni ese lunes ni en toda la semana se le vio el pelo por Granada. Su entorno comenzó entonces a preocuparse por su misteriosa y repentina desaparición, y mas cuando contactaron con Guadix y allí se les dice que se había marchado el día 4 de madrugada. ¿Qué otra tragedia se cernía sobre esta pobre muchacha?... Durante diez días este fue el tema de conversación en todos los mentideros y tertulias de bares de Granada. Aun tuvieron que pasar un par de semanas más de temores y especulaciones sobre el destino de la Atarfeña, hasta que José Quílez, un avispado revistero de La Estampa dio con ella en Sierra Nevada. Su repentina desaparición se debió a un suculento y bien remunerado contrato que le había hecho una productora de cine de Hollywood para protagonizar una película de tema taurino, en la que tendría que conducir coches, nadar, montar a caballo y esquiar sin vacilación ni torpezas. Como esquiar era la única actividad que no se le daba bien, Luisita Jiménez se había retirado a Sierra Nevada, al refugio del Veleta, donde se sometía a lecciones de esquí durante seis horas diarias con un profesor especializado que había contratado. José Quílez publicaba en La Estampa el 30 de mayo de 1936 una entrevista con la torera sobre su misteriosa desaparición: “No es que me persiga nadie –declaró Atarfeña al periodista—pero tenía que huir de la curiosidad de la gente. Me hice torera para sacar adelante a mi hijo y he visto que hay muchas mujeres ya toreando y la competencia es muy dura. Mi secreto es que me retiro de los toros pues hace un mes una poderosa empresa norteamericana me ha firmado un fabuloso contrato, que pondrá a cubierto de necesidades y agobios para mucho tiempo a mi hijo”.
María Luisa Jiménez emprendió así un largo viaje a las Américas junto con su hijo Miguelito y no se volvió saber más de ella en muchos años. Vino la guerra civil y sus fuertes sacudidas de odio y muerte... y en Granada se olvidaron por completo de su torera. De fuentes cercanas a la familia de María Luisa Jiménez se sabe que regresó con su hijo a Granada en la década de los sesenta. Hizo su película en América y treinta años mas tarde volvió con mucho dinero ahorrado durante este tiempo, que invirtió en la compra de numerosos inmuebles por la ciudad, con cuyas rentas vivió holgadamente toda su vida junto a su hijo. Otras versiones cercanas a los mentideros taurinos de la citada ciudad señalan que “La Atarfeña” se instaló desde un principio en México donde ejerció la prostitución. Murió en Granada muy mayor. Su hijo Miguelillo aun vive en Granada. En la actualidad cuenta 74 años y es una persona respetada y querida por la afición, que ha dedicado mucho tiempo de su vida a dar gloria a la figura taurina de su padre Miguel Morilla “Atarfeño”. Hace pocos años vi personalmente en una exposición taurina muy bonita que se celebró en Granada, varios trajes del torero expuestos, entre ellos el que llevaba la tarde de la fatal cogida que le costó la vida en la plaza antigua del Triunfo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario