De todos es sabido que el color amarillo de los trajes de torear da “yúyu” a los toreros por el “mal fario” que dicen trae consigo. “Mal fario”, mala suerte, infortunio o muerte, que es finalmente donde reside el miedo a este color. El maestro Antonio Chenel “Antoñete” por ejemplo, nunca vistió con estos colores y, ahora que ya está retirado, aún se pone muy nervioso cuando ve a algún torero en las plazas que vista un terno amarillo o crema, y le he oído decir que ese color debería estar prohibido en el mundo del toro. Sin embargo, si damos un repaso exhaustivo a la historia de la Tauromaquia, veremos como los colores de trajes que más han acompañado a los toreros en las cornadas de muerte son el azul, el rosa y el grana, y no precisamente el amarillo.
Es verdad que ha habido ocasiones en que el desafío a la superstición con el amarillo ha concitado la llegada de la muerte. Ocurrió por ejemplo el 29 de diciembre de 1940 en la Plaza del Toreo de México, que fue una tarde trágica. Se lidiaron toros de la ganadería de Piedras Negras. El gran torero mexicano Alberto Balderas, en el cenit de su carrera, estaba contratado para dar la alternativa al prometedor novillero Andrés Blando, actuando como testigo el torero de Tepatitlán, José González “Carnicerito”. Balderas resultó cogido de muerte por un toro burriciego de nombre Cobijero, cuya lidia correspondía a “Carnicerito”. Acudió a hacerle un quite mientras que “Carnicerito” estaba brindando el toro. La cornada le reventó el hígado y le partió la vena hepática a Balderas. Murió casi en el acto, cuando era conducido a la enfermería por las asistencias. Aquella tarde de México, como un brindis a los supersticiosos, era amarilla. Era una tarde amarilla en el sol de los tendidos, en el reverso de los capotes, y en los trajes de siete de los toreros que se encontraban en el ruedo. Balderas vestía un terno clásico y típico mexicano, crema y plata, en un tono amarillo canario, un modelo que puso de moda Rodolfo Gaona a quien Balderas admiraba con devoción. Varios banderilleros vestían en tonos amarillos, desde el ocre al amaranto, y Andres Blando, su ahijado en aquella tarde fatídica, también vestía un terno amarillo y oro, bordado en crucetas. Aquel día, por tanto había en El Toreo siete toreros vestidos de amarillo... Por tanto, con todas estas coincidencias, parece obligado pensar en que el color amarillo ejerce la atracción de todos los males del mundo y que fuera el blanco de todas las supersticiones.
Es cierto que para designar un producto venenoso, se etiqueta en amarillo y hasta el esqueleto humano que representa a la muerte, se representa iconográficamente desde hace siglos de un color amarillo... En todo caso, el origen de esta superstición hay que buscarlo en el mundo teatral y situarnos en Francia. El actor Jean-Baptiste Poquelin, interpretaba en el siglo XVII, una obra del dramaturgo francés Molière: “Le malade imaginaire” (“El enfermo imaginario”), y murió en escena de manera repentina durante la representación, tal vez de un infarto, aunque en aquella época, a ese tipo de muertes le llamaban “muerte repentina”. El actor iba completamente vestido de amarillo. Tal infausta situación es el origen de la “mala sombra” que se sospecha da el color amarillo a los cómicos... y ya, de rebote, a todo el mundo que use este color para cualquier cosa. Sin embargo, y a excepción de los hechos relatados sobre Alberto Balderas en México, la historia del toreo aporta sobre este tema unos datos y estadísticas bien distintas, y que dejan al descubierto que esta superstición por el amarillo está muy poco fundamentada en la realidad.
Para empezar recuerden aquella frase que Cúchares le dijo a su hijo Currito una tarde en que vestido de grana y oro, andaba el torero bregando de malas maneras con un toro que le había volteado ya varias veces: “¡Cómo no te va a coger el toro, hijo, si vas vestido de muleta!”... Por tanto, vestir de grana y oro ha sido siempre arriesgado, tal vez el traje más torero de todos, y es signo de valentía y desafío al toro. De grana y oro vestía el día de su muerte Joselito El Gallo, Manuel Báez “Litri”, los hermanos Fabrilo (Julio y Paco) y el mexicano Eduardo Liceaga. También Mariano Montes vestía de grana y oro la tarde de su muerte. En los hermanos Fabrilo además, con la trágica coincidencia que fue el mismo vestido de muerte en ambas ocasiones. Un traje maldito, vamos...
Vestido de blanco iba Curro Guillén. De blanco y oro iba vestido el novillero Ricardo López en Castellar de Santisteban, y blanco y azabache Angel Soria cuando lo mató en Valencia (Venezuela) el novillo criollo Pollopelón. Bordados en pasamanería azabache llevaban los vestidos de Bernardo Gaviño, sobre azul; Carnicerito de México, sobre malva; Ernesto Pastor, sobre perla, e Isidoro Martí “Flores”, sobre seda color obispo. (El color obispo, se dice en México, al magenta o morado, otros le llaman color “cardenal” y los más cúrsiles lo llaman color “eminencia”, que ya es rizar el rizo).
De azul noche era el vestido de Manuel Granero y azul oscuro los de Falcón, Paquirri y el Yiyo, todos bordados en oro. Azul cobalto con oro lo llevaban Ignacio Sánchez Mejías y el cordobés (de El Viso de los Pedroches) Fermín Muñoz González “Corchaíto”, que murió corneado en Cartagena en 1914. Celeste y oro era el vestido de muerte de Antonio Montes; crema y plata el del citado Balderas, y amarillo el del novillero Antonio del Castillo, que murió corneado en Masueco (Salamanca).
Vestían por ejemplo, de plata el día de su muerte los toreros: Curro Puya (plomo y plata), Pepe Cáceres (rosa y plata), el granadino Miguel Morilla “Atarfeño” (azul y plata, en 1934, lo mató el toro Bellotero, de la ganadería de Rufino Moreno), y Pepe Hillo, también de azul con galón de plata. En 1862 murió en Zaragoza el diestro Joaquín Gil “Huevatero”, vestía grosella y plata. De rosa pálido vestía Manolete la tarde trágica de Linares. Igualmente de rosa salmón y oro, José Mata, y de rosa coral y oro, José Dámaso Rodríguez “Pepete”. Color salmón bordado en seda blanca era el de Joselillo, y bordado en seda blanca pero sobre raso color vino Burdeos, era el traje del prometedor novillero mexicano Felix Guzmán. Morado y oro eran los trajes que vestían Rafael Martín “El Zorro” que murió en Barcelona, Enrique Cano “Gavira” en Madrid y Antonio Carpio en Astorga. De verde y oro murieron, Manolo Cortés en Algemesí. Juan Romero “Saleri” que murió en 1888 haciendo el salto de la garrocha, vestía un traje verde botella y plata. También vestían de verde Angel Celdrán “Carratalá” en Luca, y Manoliyo “el Espartero” cuando lo mató “Perdigón”. De verde y plata iba vestido Mariano Canet “Llusio” cuando el “miura” Chocero lo mató en Madrid en 1875. De plomo y oro iba Domingo del Campo “Dominguín”; grosella y oro Manuel Varé “Varelito” en Sevilla en 1922 corneado por un toro de Guadalest de nombre Bombito; negro y oro Aurelio Puchol “Morenito de Valencia” en Guayaquil y corinto y oro, Florentino Ballesteros.
En fin, podría seguir enumerando toreros que han muerto toreando en las plazas y sobre los colores del traje de torear que llevaban ese día trágico de la cogida, y veríamos como no es el color amarillo precisamente el que predomina, sino el azul, el rosa y el grana. Observemos el de Manolete en Linares, el de Mata en Villanueva de los Infantes, y el de Cáceres, en Sogamoso. Todos ellos iban de rosa, mientras que Falcón, en Barcelona, Paquirri en Pozoblanco, y Yiyo en Colmenar, iban de azul oscuro. Para redondear casualidades, Granero en Madrid, vistió de azul noche; Joselillo en México, de rosa y Ortega Cano, también de rosa, la tarde en que casi pasó a engrosar la lista de víctimas del toreo, en Zaragoza. El rosa por ejemplo, ha sido siempre el color favorito del maestro Chenel “Antoñete” y con este color triunfó muchas tardes, como aquella de Madrid, con el toro “Atrevido”, (aquel memorable toro blanco ensabanáo de Osborne) y sin embargo el torero aún sigue vivo.
Por una correlación extraña, en el mundo del toro se le llama “tabaco” a una cornada grande y grave, pero tampoco el vestido de este color es sinónimo de tragedia. Por tanto debemos de concluir en que el vestido de torear de color amarillo o crema, tiene un porcentaje mínimo de “mal fario”, no porque se utilice poco, pues en México por ejemplo es el más clásico en los toreros, sino porque la suerte y el destino no dependen de una simpleza cromática, de ir vestido de rosa, de azul o de grana, sino de designios más altos que los impuestos por los hombres, creo yo.
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