El viejo barrio de San Juan de Dios, asentado en el centro de la ciudad de Guadalajara, contaba entre otras cosas con su mercado, hoy remodelado y con cantidad de puestos de riquísima comida de todo tipo, locales llenos de fayuca, al grado que hoy se le conoce como “Taiwán de Dios”, además de que en sus alrededores la pobreza y prostitución llenaba la gran cantidad de vecindades que “adornaban” la periferia. Sin olvidar huaracherías y tiraderos en plena banqueta. Todo esto tenía una reina y ésta era la plaza de toros “El Progreso”, de recuerdos imborrables para todo taurino y no es mucho decir que un triunfo en esa preciosa plaza se equiparaba con uno en la Plaza México.
Miguel Alemán entregaba el poder nacional a otro veracruzano, a Don Adolfo Ruiz Cortines y por esos pueblos humildes y casi olvidados del estado de Jalisco los novenarios taurinos veían en sus placitas de trancas a valiente novillero pegando pases a enormes y toreados animales cebúes y criollos.
Un joven empleado de las huaracherías, por cercanía con el ya desaparecido coso, ya le había picado el “mal de montera” y poco a poco se fue haciendo de un nombre en esos festejos pueblerinos. Tan así fue que don Nacho García Aceves, el empresario de la plaza de Guadalajara, hombre que siempre estaba al tanto de lo que sucedía en la fiesta, se entera que Jesús Arias era el nombre del joven novillero que derrochaba valor ante los animales de media casta. Gran y alto visionario, sabía tan bien su negocio que ya había “descubierto” y hecho a varios jóvenes y pacientemente esperó a que Chucho toreara festejos más serios y así poder debutar en la plaza de su propiedad.
A un tiempo razonable se logró su debut, convirtiéndose desde ese día en un triunfador e ídolo de los tapatíos. Todo pintaba para que en el futuro se convirtiera en un torero de época y hasta se hablaba que su alternativa sería el suceso del año taurino a nivel nacional. Pero el destino no pensaba igual y le tenía marcado otro camino, pues en la quinta novillada y a plaza llena sufrió tremenda cornada que hacía temer por su vida. En la enfermería el doctor Mota Velasco, el eminente y viejo médico de plaza veía a Chucho casi un cadáver y se dio prioridad a la intervención de un sacerdote, así de grave se veía, pero sin embargo los galenos comenzaron la heroica labor de salvarle la existencia, aunque su miembro inferior derecho corría el riesgo de ser amputado por la fuerte cornada que le destrozó la femoral y safena, además de las fracturas múltiples en el tobillo, tibia y peroné y empeine. Poco a poco la intervención fue avanzando, pero por la problemática lógica de la impresionante y gravísima cornada, las fracturas pasaron a segundo término, pues lo importante era salvar la pierna del valeroso y carismático novillero.
Y así pasaron casi cuatro meses para que Chucho fuera dado de alta, no sin antes ser avisado que jamás podría volver a caminar sin la ayuda de muletas. Sobreponiéndose a la triste noticia no le quedo más remedio que regresar al destartalado cuartucho que albergaba la humilde huarachería. Entre tachuelas, clavos, martillos, suelas de llanta y otras de cuero, el ex novillero veía pasar lo días y ya resignado a vivir de esa manera el resto de sus días pues era un hombre con carácter y aceptaba su desgracia.
Las visitas de los amigos eran a diario y así fue que uno de ellos en cierta ocasión le sugirió que estudiara algo para mejorar su precaria situación y ante el asombro de sus amistades les confesó que no sabía leer ni escribir a pesar de tener ya 25 años de edad. Sin embargo, el buen amigo insistió y Chucho aceptó el reto, pues era y es un hombre dispuesto a luchar con tal de salir adelante y veía que no le caería mal el poder enterarse de las noticias periodísticas por si solo. Logró que fuera aceptado en el último grado de primaria con la promesa de que si no lograba pasar el obstáculo regresaría a donde la maestra le indicara y comenzaría de nuevo.
Salió avante y de inmediato fue inscrito en la secundaria del mismo plantel. Nunca perdió contacto con el doctor Mota Velasco. El cual con su don de bondad le motivó a seguir adelante en lo que se propusiera e hiciera a un lado su discapacidad física y su casi nula economía, pues por convertirse en estudiante, las horas de trabajo, por lógica, ya eran menos.
Muy temprano Chucho viajaba a las aulas en su bicicleta con sus muletas amarradas a la trasera parrilla y ya formaba parte de los alumnos distinguidos de su secundaria. Su férrea voluntad y los sabios consejos de Mota Velasco, principalmente, le fueron despertando la inquietud de inclinarse a estudiar lo suficiente para emular a quien le salvara la vida y su pierna derecha y tiempo después la Universidad Autónoma recibía en su Facultad de Medicina al malogrado novillero. Chucho contaba con compañeros de alta posición económica pero él seguía viajando en su bicicleta y así se transportaba de sus salones a los hospitales donde tenía prácticas y luego a estudiar a casa de algún compañero que contaba con los libros con los cuales el no contaba por su alto precio. Su médico protector lo invitaba seguido a que lo acompañara a visitas médicas, pequeñas operaciones y hasta le confiaba algunas curaciones, desde luego, que todo esto era bajo su vigilancia. Por aquellos años Guadalajara contaba con temporada establecida de novilladas y corridas y Jesús Arias parecía la sombra del cuerpo médico que domingo a domingo se instalaba en su palco a la entrada de la enfermería de la bonita plaza.
Poco le faltaba para terminar el cuarto año de su carrera cuando el nieto de “El Califa”, el entonces novillero José Antonio Gaona cayó herido de cierta gravedad y al despertar el lunes por la mañana esperó la visita del Jefe de Servicios Médicos para agradecerle su intervención y se asombró al conocer que un “pasante” fue quien le había operado. Por saber que la cirugía resultó un éxito pidió agradecerle personalmente al “pasante” su atinada labor, pero el torero fue dado de alta y Chucho no apareció nunca. Estaban en exámenes universitarios y el tiempo no le alcanzaba por lo tardado de sus traslados en bicicleta, ese fue el motivo por el cual no se conocieron fuera de la anestesia.
Ya con su título y menciones honoríficas fue integrado oficialmente al grupo de médicos taurinos de su tierra y tiempo después Pedro Gutiérrez Moya “El Capea” también fue herido de consideración. En la puerta de la enfermería el apoderado del diestro español a todo pulmón pedía pasar y estar al lado de su torero por ser una figura. Por lógica le sería negado el pasó y a bocajarro Mota Velasco le preguntó: - ¿Es Usted doctor?- “No señor, pero quiero estar seguro de que Pedro está en buenas manos.
El apoderado no lo decía abiertamente pero desconfiaba por la edad del viejo maestro, el cual le hizo saber de su larga experiencia pero acto seguido llamó a Chucho quien se presentó con sus necesarias muletas asombrando más al representante y Mota Velasco le preguntó el por qué de su invalidez a lo cual le contestó: - ¡Estoy así por una cornada! El maestro me salvó y me inspiró a estudiar medicina, perdóneme que le deje pero vamos a operar, con su permiso.
El apoderado no sabía como disimular su vergüenza y pacientemente esperó a que terminaran la delicada intervención quirúrgica. Al día siguiente “El Capea” ya enterado de la situación y de la vida de Chucho lo recibió al llegar a la obligada visita para curación: - ¡Torero, eres el mejor médico del mundo!. ¡Enhorabuena compañero y gracias por todo!.
Quiero también comentar que a Chucho se le ve más fácil lo sensible que la barba o los ojos. Tiene un llanto a flor de piel. Es buen hombre y no olvida sus orígenes, pues hasta hoy ejerce su profesión por el rumbo que lo vio nacer, entre los suyos. Reparte su tiempo entre su consultorio, la Universidad donde hoy es catedrático y los domingos está al cuidado de sus amigos en las plazas de la región. Y fue en su Alma Mater cuando se disponía a impartir su cátedra, cuando uno de sus alumnos le pidió que ese día olvidara su clase y le pedía de favor les platicara su vida, pues habían descubierto por un reportaje periodístico su vida pasada. Mucho se negó, pero fue convencido y conforme avanzaba la plática varios estudiantes que pasaban por el salón y se enteraban de la improvisada charla pasaban y se instalaban en donde podían, al grado que al correrse rápidamente la voz de la situación reinante el aquella aula, se trasladaron al Auditorio Universitario, donde los llorosos oyentes no perdían palabras de su maestro. Era emocionante. Pasadas casi cuatro horas el ex novillero y actual jefe de los médicos de plaza fue sacado en hombros por alumnos, maestros y personal de intendencia entre gritos de ¡torero, torero!...
Es, ni duda cabe, un ejemplo a seguir, su carácter humilde y sencillo, que aparte de ver por sus semejantes es un amigo de verdad. Jesús Arias nos da toda una cátedra de tenacidad y valor al aceptar las decisiones Divinas. Que este ejemplo nos motive a todos aquellos que tenemos que lidiar los cotidianos problemas y nos sirva para disfrutar lo que tenemos, saberlo valorar y compartirlo. ¡Querer es poder!... Chucho, un abrazo con todas mis fuerzas… Nos Vemos.
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