Luego de la primera tarde de toros uno ya no vive igual, el mundo como que se disloca, como que sufre un desgarramiento con lo inmediato, lo inmediato cobra otro color, color "oro y pelo de toro" que va y viene como una danza de pasos peligrosos. Y ese peligro es el que queda tras salir de toriles, con toda su fuerza, el primero de la tarde. Después... el romaneo, la fiereza... la bravura espléndida de un toro que arremete contra una pared amarillenta que jadea y apenas se mueve. El dolor queda fijo en la estampa torera del picador y su jaca. Y seguimos memorizando. El vuelo circense del tercio acrobático, el Par de Calafia, las tablas, los pitones duplicados... Luego, el trapo rojo que jadea con el viento, que nos embruja, nos duerme, nos impulsa a seguirlo como lo sigue el toro que va templado.
El temple señores, el temple es lo más espiritual de la Fiesta, es la culminación del rito.
Hoy sin zapatillas, ni montera, ni lentejuela alguna camino en el callejón que parece apretujarme, la verdad es que no soy torera, pero igual me lo imagino, Porque sigo en el tendido, tarde a tarde, casi religiosamente... entendiendo poco a poco por qué Pasifea se enamoró de aquel toro blanco que Zeus regaló a Minos...
El hermoso toro blanco... válgame! estoy divagando mucho.
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